jueves, 23 de agosto de 2007

Entrevista al novelista José de Piérola


Después de estar presente en la Feria Internacional de Libro en Lima donde presentó su última novela, El camino de retorno (Edit. Norma, 2007), José de Piérola inicia una serie de presentaciones con el afán de compartir su experiencia literaria con otros lugares del Perú.


Retornar es imposible, pero eso no impide reflexionar sobre el pasado para comprender un momento de ruptura en ese tiempo sobre el Perú, para entender el presente. La literatura no es un ejercicio de psicoanálisis pero sí podría darnos muchas claves sobre hechos violentos que vivió un país. José de Piérola (1961), escritor peruano radicado actualmente en EE. UU. y dedicado exclusivamente a la literatura, luego de abandonar por completo la profesión de ingeniero, hace casi diez años, trata de hallar una respuesta al desconcierto de la violencia en el Perú y la desintegración de la sociedad, cuyas raíces están desde que se fundó la republica.

Jorge Hurtado: ¿Crees que la Independencia del Perú ha sido perjudicial para el ande peruano?

José de Piérola: Antes de la independencia había comunidades andinas que estaban organizadas de una manera negociada; con la cultura occidental tenían ciertas formas de control por la autoridad local, pero también tenían posesiones e influencia en el poder político y económico. Pero con la independencia, los criollos empiezan a arrebatarle territorio y el poder político a los caciques; es por eso que desaparecen muchos sistemas de cacicazgos y comunidades, bajo el proyecto de crear una nación unida, donde todos serían iguales. Pero ese inicio creó otro tipo de desigualdad que continúa hasta ahora.

¿La violencia en el ande es una situación que arrastramos hace siglos?

La violencia ha sido constante en el ande desde hace más de quinientos años, e incluso más, pero sería bueno diferenciar la violencia de los incas, que era bastante brutal, con la violencia que vino después. Esta violencia creó sistemas de organización, en los cuales la riqueza la poseen muy pocos. Toda relación de desigualdad genera un estado de tensión constante. Aunque uno no crea en Marx, cada vez que hay una sociedad donde ocurra esta relación, se genera una gran tensión social que en determinado momento podría convertirse en violencia. Mientras más grande sea la diferencia, más cerca estamos de la violencia, de la resolución violenta de esa diferencia.


En el siglo veinte, ¿ la violencia a raíz de las diferencias ha sido muy marcada en el Perú?

Flores Galindo decía de una manera muy clara nos dice que ha habido brotes de violencia por esta tensión. De la misma manera, el historiador Juan José Vega hace una cronología de todos los movimientos de respuesta que tratan de solucionar esta diferencia social, económica y político.

¿La literatura ha logrado transformar esas tensiones en palabras?


La literatura siempre ha tratado de capturar una parte de la experiencia humana. La buena literatura creo que tiene eso en común, no importa donde se escriba ni cuando. Nos hace revivir y ser partícipes de un aspecto de la experiencia humana, y si la experiencia humana incluye violencia creo que también va a ser parte de la literatura. Pero hay por supuesto una diferencia muy grande que hay que tener en cuenta, que hay una forma de hacer literatura, que se convierte en propaganda, bien de los opresores o bien de los oprimidos.
Creo que esa literatura puede ser útil, pero el problema es que nos da una visión muy sesgada y, muchas veces, muy plana de un proceso más complejo. Y la literatura de ahora, el compromiso que uno tiene es tratar de mostrarnos esos problemas en toda su complejidad. Es un reto muy grande, pero creo que es una de las formas de convertir a la literatura en algo mucho más enriquecedor para los lectores.

En el siglo veinte, el ande ha sufrido la violencia por elementos externos ¿ Crees que los escritores ha mostrado la complejidad de ese fenómeno?


El primer intento fue Ventura Calderón y, además, López Albújar. Ellos trataron de mostrar eso. Si bien no era un tipo de violencia sistémica, pero sí era una violencia que aparecía esporádicamente debido a esta diferencia. Pero el primero que logra mostrarnos algo más complicado es Ciro Alegría - que ahora está siendo revalorado, y me parece formidable porque es una herencia literaria que estábamos perdiendo.
En los años sesenta aparecen esos grandes escritores como Ribeyro, Vargas Llosa y Alfredo Bryce, que de alguna manera nos han hecho olvidar que antes de ellos habían otros escritores que debemos de recuperar y mantener.
Y después tenemos el caso de Manuel Scorza, que también trabaja el tema de la violencia social. Me parece interesante porque complementa la visión de Ciro Alegría, y nos ofrece una forma diferente de ver esta violencia social. Una de las cosas extraordinarias que tiene Scorza es el sentido del humor y como este elemento, de alguna manera, quiebra esa tensión. Es una forma hermosa y sutil de hacerlo. Entonces, tenemos casi todo el siglo de tratar el tema de la violencia en los andes.
Pero, por supuesto, la violencia que sufrimos en los años ochenta no tiene paralelo en el resto del siglo, por su extensión o el número de muertos o la carga que ha traído en la mente colectiva. Creo que también la forma de hacer literatura sobre esa violencia va ha cambiar un poco, será en otro registro.

¿Crees que Sendero Luminoso sólo ha sido el pretexto para que la violencia contenida en el ande estalle?

Yo creo que una de las cosas que se está dejando atrás es la explicación tan simple y en blanco y negro que era tomar a Sendero como la aparición de un loco que lavó la cabeza a los jóvenes, y que pueden cometer actos de violencia desaforados con un programa fuera de la realidad. Pero esa explicación es demasiado simple. Ahora hay que pensar, como tú dices, en cómo y por qué esta violencia ocurre en los andes, qué condiciones hubo para que eso actos se vuelvan parte de la vida cotidiana. Además, por qué sendero luminoso aparece en los andes y no aparece en la costa o en Lima. Es un proceso mucho más complicado, no era solo una lucha entre buenos y malos, algunos estaban jugando en dos lugares: a veces les convenía Sendero un tiempo, y otros después llamaban al ejercito, etc. Por la forma peculiar de esta guerra que no tenía frentes ni posesiones territoriales, nosotros no veíamos desde Lima cuantos elementos componían ese mosaico que fue la violencia en los años ochenta.


Tu cuento ganador en el concurso Max Aub también tuvo como escenario la violencia política en el Perú.
Ese cuento fue inspirado, de alguna manera, por lo que sucedió en la universidad La Cantuta. La forma del cuento es muy difícil. Es complicado usar el cuento para tratar esa época de violencia. El cuento podía hablar sobre una experiencia específica de dos personas en un momento, pero después me di cuenta que se podía hablar más de esa época. El cuento me sirvió de alguna manera para entender uno de los temas que me interesaba y que trabajaría después.

Y cómo elegiste el tema sobre la violencia en el Perú, pues en los años noventa escribir sobre la violencia era ir en contra del canon literario.
Hay tres factores que podría mencionar. Yo viajé por los andes en la época de la violencia, como era ingeniero visité varios asentamientos mineros y en el camino veía pueblos abandonados, muertos en las carreteras. Eso seguramente me marcó más de lo que yo pensaba. Después, el hecho que salí del Perú en los años noventa. A partir de allí establecí esta distancia geográfica y emotiva que hace falta para escribir sobre el pasado. Y el tercero, cuando empecé a escribir una de las cosas que me interesaba era entender cómo es posible crear una voz narrativa convincente. Esto es uno de los retos que todos los escritores tenemos, crear un narrador que sea convincente. Ese cuento nació como una especie de reto, de crear una voz múltiple dentro de un género tan pequeño como es el cuento. A medida que lo escribía, aparecían los personajes para contribuir en la construcción. A partir de allí fue muy claro para mí. Hasta ahora me interesa incluir varias voces y varios puntos de vista en el cuento. Lo que Bajtin decía es, no tener una voz autoritaria y única, sino establecer un diálogo en el personaje. El reto cuando se escribe no es que existan varios personajes, siempre ha habido muchos personajes, sino que el reto es que cada vez en la narración se enfoque desde un punto de vista específico, desde un personaje específico, la visión del mundo cambie; esto es lo más difícil, sobre todo si en la novela habrá un personaje como Sendero Luminoso o del Ejército.

Entonces ¿el cuento fue el inicio para escribir la trilogía que te has propuesto, donde El camino de retorno es parte de ella?

El cuento me abrió la puerta para uno de los temas que me preocupa, uno de los hilos que ha habido en mi trabajo creativo. A partir de allí hice un borrador, un pariente muy lejano de esta novela, pero estuve muy insatisfecho porque no obtuve esas voces que quería y lo dejé. Luego trabaje otra novela, Un Beso de Invierno que obtuvo el premio de novela del BCR en el 2000. Considero la 1º parte de la trilogía. Luego quise cambiar de tema y escribí sobre la invención del ajedrez, en el siglo VII. Es muy interesante este libro, por que no sólo es una historia de amor en una época donde hay conflicto cultural, pero también hay un tema de desplazamiento, tensión cultural, tensión religiosa que aparece en mis otras novelas.

Esta novela, El Camino de retorno sería la segunda parte de la trilogía.

En esta novela he estado tanto tiempo imaginando varios de los hecho entre los cuales esta Tarata. He estado viviendo prácticamente en ese lugar.

Ese hecho fue el cambio de estrategia del campo a la ciudad

Claro el atentado de Tarata trae la guerra civil a Lima. Por primera vez algo que ya se habia visto en los andes llega a lima. Allí se dan cuenta que era una guerra civil, porque en ese momento solo se decía que había 15 mil muertos y, ahora, se ha demostrado que han sido más de 7000 muertos. Este evento me parece el principio de varios cambios, que era el giro de la guerra civil. Y es el año también en el cual se captura a Abimael Guzmán que también giró el curso de la guerra. Pero cpn esto no termina la violencia, a pesar que la violencia política es parte de nuestra historia.


Hay una tendencia en estos años escribir sobre la violencia en Perú, una especie de moda tal como hubo en Colombia con escritores que narran sobre la violencia en su país, ¿ cómo ves eso en el Perú?


La diferencia con Colombia es que la violencia no ha terminado aun. La FARC sigue siendo un cuerpo activo militar, y tienen control sobre parte del territorio. Colombia aun no ha llegado a un momento, lamentablemente, que pueda reflexionar sobre el pasado. Nosotros sí, justamente porque estamos estableciendo ciertas distancias con los años ochenta, que yo considero el fin de los ochenta el momento de mayor violencia. Y quizá sel 92, el año que todo gira. Creo que estamos empezando a reflexionar y adquirir la distancia para poder reflexionar. Y como cualquier acto traumático, hay la necesidad de dejar el mal atrás, pero después nos damos cuenta que no somos solo lo que elegimos recordar sino también todo lo que nos ha ocurrido. Entornes llega el momento para volver y verlos con otros ojos. La literatura me parece es uno de los medios formidables para hacer esto. Los escritores y lectores están más perceptivos sobre estos temas, antes era más difícil crear esa distancia para escribir.



publicado en La Primera-Trujillo. Agosto 2007

miércoles, 22 de agosto de 2007

Al filo del cuchillo


“Soy feo y me haré una amputación para ti”, con este verso se inicia el primer poemario de Vanessa Martínez, “La Hija del Carnicero” (Editorial Zignos, 2007). Cada palabra es un cuchillazo feroz sobre los ojos del lector.
La carne se enfrenta a su propia ruina y al dolor, a la plenitud y al placer. La violencia verbal del libro no es gratuita, es la forma de redimir a la mujer en su propio devenir, cuando ya ha agotado otras vías para sentirse plena. Una ruptura fundamental. La mutilación, el desgarro, el autoinfringirse dolor a través de pequeños cortes en la piel para borrar algunos rezagos de desengaño e insatisfacción, o para destruir las primeras inocencias.

Intuitiva. Feroz. Trata de reconciliarse consigo misma. Como si todo hubiese sido un viaje en su encierro. Su experiencia le dicta cada palabra en “su hembra travesía”. El rock, los encuentros, los desencuentros, su paso por lugares al margen, el exceso, los instantes de deslumbramiento. Y va más allá inclusive, hasta destruir los límites de su género y del sujeto. Ser hombre o mujer para llegar a ser un cuerpo que se reinventa con furia. “Ni siquiera amanece/ para ser tu hombre mujer”. Y, en ese descubrir que todo es invención y trasgresión, llega a elevar los “ejercicios” de la paranoia como un acto de liberación de su cuerpo infestado, como ella escribe, de emociones fallidas.

Decidida a no dejar nada, como si el último paso del arte de la carnicería sería usar su propio cuerpo, Vanessa Martínez se acerca a insinuar que los límites humanos no existen cuando uno busca la redención. “El amor huele a carne” o “Donde tantas veces te guisé besos y pedazos de senos”. Es como si estuviese ejerciendo un antiguo ritual para crear, mediante la negación de esa prohibición, más deseo. No es una apología al canibalismo, sino que trasmite la idea que el amor es un acto caníbal, donde canibalizados y caníbales no son conscientes de ese juego peligroso mientras se devoran. Vidente descreída, hasta eso la deja insatisfecha.

El cuerpo interior expulsa la poesía desde la desolación, el hastío y la claustrofobia para reencontrarse atroz y libre en la única perfección posible: ir más allá del dolor.
Vanessa Martínez, la hija del carnicero, ya ha aprendido todos los secretos del corte preciso y el arte de destazar piezas de carne para los sacrificios, y en estos días trata de olvidar esos hábitos y vagabundea por nuevos universos poéticos. Ahora sigue extraviada. Se presume que recorre los andes del sur en busca de nuevos vértigos.

Lo que las mentes sanas piensan


Sólo quiso restituir los instintos primitivos a un espíritu enfermo de razón, de engaños y de artificios vulgares que degradaban la vida. Pero nadie puede ser demasiado libre si atenta contra el orden establecido de cosas. La sociedad ha inventado sus reclusorios contra estos inadaptados, y el Marqués de Sade pasó casi treinta años de su vida silenciado en cárceles y hospitales para enfermos mentales. Y, ¿la enfermedad? estar poseído por la más peligrosa de todas las locuras: la libertad.


La iglesia, la monarquía, la nobleza, los revolucionarios franceses y hasta Napoleón lo declararon enemigo público. Y pese a esta encarnizada persecución contra su lucidez , él consiguió publicar sus escritos y discursos políticos de la forma más subterránea que existió jamás. Muchos de sus libros se perdieron, o fueron publicados muchas décadas después. “Sólo me dirijo a aquellos capaces de entenderme. Ellos me entenderán sin peligro”, dijo y tardaron demasiado tiempo en entenderlo, incluso hasta ahora sus páginas siguen causando urticaria a los moralistas ciegos, como a todo creyente fanático.


El Divino Marqués advertía que los excesos de poder podía empujar al hombre a los más horrendos crímenes, a explorar senderos de sangre, horror y desenfreno sexual. Opositor de la pena de muerte y contra los crímenes que se cometen sin pasión. Enemigo de las certezas fundadas en el absurdo o en pro de un dogma o una religión, supo que las matanzas más descabelladas que derramaron más sangre en la tierra que cualquier peste se dieron en nombre de dios.


La libertad le enseñó a destruir las instituciones que enrejan nuestras mentes en una infelicidad plácida. Y, uno de los representantes que aun persisten en el mundo con poder eclesiástico, y a veces con una escandalosa influencia política, es el Papa, cuya elección siempre se da en una atmósfera de conspiraciones y traiciones entre cardenales, que el mundo creyente no ve ni sospecha.


En Juliette, Sade confronta a su personaje contra el Papa Pío VI, que es la rebelión contra la máxima autoridad de la religión católica. “ Y bien, te pregunto ahora, dice Julieta al Papa, ¿qué relación hay entre esas primeras instituciones y las inmensas riquezas que tú te haces dar en Italia? ¿Es gracias al Evangelio o a la bribonería de tus predecesores que posees tantos bienes?... ¡Pobre hombre! ¿Y crees embaucarnos todavía?.., ¡Ah, puedan todos los pueblos desengañarse pronto de esos ídolos papales, que hasta el presente no les han procurado más que trastornos, indigencia y desdichas!”


Quizá en este momento aun sigan llorando por los Papas muertos, y la libertad seguirá siendo encerrada en manicomios o en censuras inútiles. Y lo que las mentes sanas piensan seguirá trascendiendo para ayudar a descubrirnos sin máscaras ni muletas, hasta destruir todos los límites posibles.

lunes, 13 de agosto de 2007

ANIMAL ADOLESCENTE


Las palabras me acribillaron. El aire se detuvo. La primera lectura de un alucinado poeta me fulminó. Yo aun era un adolescente luchando contra el acné y escuchaba todos discos del hardcore más radical y atronador cuando descubrí la poesía de un “maldito”. Siempre detesté colocar adjetivos, pero esta es la única palabra posible para nombrarlo.

Rebelión y revelación. Dos palabras claves para comprender a Arthur Rimbaud. Descubrir todos los misterios de la vida a través del “desarreglo de todos los sentidos”. Sus amores fustigados por los machos. Su rebeldía contra el orden estético establecido por caducos literatos.
Sus huidas constantes. Su irreverencia. Su participación en revueltas. Sus delirios cotidianos. Todos sus poemas arrancados de las visiones de un “chamán” iluminado por el éxtasis cercano a la creación y a la destrucción, son de un ser humano que se ha entregado sin ningún horror a sentirlo todo, a riesgo de sucumbir ante la locura o la muerte para obtener el conocimiento de si mismo.

Intuyó con claridad lo que muchas décadas más tarde escribió Alejandra Pizarnik, otra “vidente” terrible, sobre la poesía que no es una carrera sino un destino. ¿Acaso alguien puede escapar de su destino? El poema, muchas veces, acabará aplastando al poeta.

Cuando abandonó la poesía escrita, ya había sentido lo terrible de aquél que lo ha visto todo y no le queda otra cosa que hundirse en las cosas más absurdas. El fuego que alcanza al que ha elegido la condena. Las revelaciones a través del verbo lo colocaron al borde del mismo infierno. El hastío lo empujó a emprender toda clase de vagabundeos, como si las palabras lo persiguieran para encontrar la mano que lo escriba.

Vagó por todos lados de Europa. Se internó en África para traficar armas. Escribió informes para revistas de geografía sin el brillo furibundo de sus poemas. Se arrojó a empresas comerciales por los desiertos. No estuvo quieto ningún momento hasta que murió dieciséis años después del instante en que decidió huir de su inevitable destino.

Después de varios años de releer a Rimbaud, lejos del adolescente que descubrió el fuego en cada palabra, me percato que aun siento el vértigo de esa primera lectura. La temporada en el infierno o los textos en prosa de Iluminaciones o sus poemas recopilados junto a El barco ebrio aun sobreviven; me invitan al sobresalto y al peligro de internarme en las emociones más profundas. Nervio puro.

Si dura a cualquier moda, apunta el filósofo Emil Cioran, es gracias a la gratuidad de su crueldad, a su cirugía demoníaca, a la generosidad de la hiel. Y recalca, lo que le permite a una obra durar, lo que le impide envejecer es su ferocidad.

Este poeta adolescente, casi animal casi sabio, casi demonio casi ángel, con el cabello desarreglado y sus ropas raídas como un punk antes del punk nació cuando dejó de escribir. A los 21 años.