viernes, 25 de diciembre de 2009







miércoles, 5 de agosto de 2009

MUDANZA

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viernes, 31 de julio de 2009

BAJO LA SOMBRA DE LOWRY





El infierno ansiado

“He caído muy bajo. Déjame caer más bajo aún, para que pueda conocer la verdad. Déjame sufrir verdaderamente. Devuélveme mi pureza, el conocimiento de los misterios, que he traicionado y perdido”.
Bajo el Volcán


Mientras en el Perú se celebraba un aniversario de la “independencia”, entre ríos de licor y muertos en las carreteras, en algún lado del planeta se conmemoraba el centenario de uno de los narradores que llevó su vida hasta el límite de la enfermedad, por la creación y la dipsomanía: Malcolm Lowry.

Su descenso hacia las profundidades del infierno, de ese infierno en lo que nos convertimos los seres humanos cuando la vida es algo insoportable, y vivimos en completa cercanía de nuestros abismos y fallas emotivas, en nuestras bancarrotas sentimentales, en comprender nuestros viajes internos como si fuese un descenso hacia los límites borrosos de la vida y la muerte, donde el amor sería la única redención, pero hundido en un mundo de incomunicación, hasta esto se hace imposible y la condena está dada. La guillotina de la muerte silba en el aire como un haz de fuego.

Bajo el volcán, la novela que lleva la rúbrica, el espíritu y la lucidez de Lowry, ocurre en el Día de los Muertos, a la sombra de un volcán en Cuernavaca, cuya presencia es una constante de la amenaza que se cierne sobre la humanidad, la amenaza de una catástrofe que nos arrasará sin piedad alguna.
Donde el mínimo ruido es el rumor de la expiración. En ese mundo extraño, el ex cónsul británico Geoffrey Firmin lleva también su existencia tratando de recuperar su alma, entre las alucinaciones y el mezcal, como un místico del exceso en pleno trance, para acabar muerto por unos hombres después del último trago, de ese último trago que nunca llega cuando estás vivo.

En un periodo de casi diez años, la novela se forjó entre extravíos de los manuscritos en incendios y la reescritura, como si esa disciplina redimiese al escritor de una existencia más atroz. Cada relectura de Bajo el Volcán es el redescubrimiento de una nueva geografía donde todo se hace más diáfano, donde la frase: “¿Le gusta este jardín, que es suyo?¡Evite que sus hijos lo destruyan!” se hace latente como un cartel de neón en nuestra alma, sobre nuestra nostalgia por ese paraíso extraviado, por esa inocencia desde donde el hombre fue arrancado para ser arrojado a este mundo dominado por la rueda del sufrimiento, el samsara, a este juego de ilusión y alucinación constante, el infierno mismo, la caída del hombre.

Bajo el Volcán es un libro que nunca se agotará en su lectura, es un libro de infinitas entradas y una sola salida. Así como, la encontró el escritor que conoció los límites de la muerte y del exceso, un 27 de Junio del 1957.

Lowry, el poeta


Aunque ha sido conocido más por su narrativa, con los libros ‘Ultramarina’, ‘Piedra Infernal’, ‘Oscura como la tumba donde yace mi amigo’ y ‘Escúchanos, Señor, desde el cielo, tu morada’, también escribió poemas donde se muestra diáfano, transparente, sin ningún tipo de recelo para afirmar sus reflexiones respecto a sí mismo. En uno de sus poemas también refiere la sensación desagradable del éxito, de esa delgada capa donde se suspenden por breve tiempo una obra, donde el escritor ha jugado cada segundo de su tiempo:


“El éxito es como un terrible desastre/Peor que tu casa ardiendo, los ruidos del derribo/Cuando las vigas caen cada vez más deprisa/Mientras tú sigues allí, testigo desesperado de tu condenación”.

martes, 7 de julio de 2009

HOMENAJE AL VÉRTIGO LLAMADO NADIE

LADO B



Hace más de un año hice la última entrada a este edificio semi abandonado como un hotel en pleno desierto de la carretera panamericana, cuyas únicas sombras vistas son las proyectadas por algún espectro que coincidió con las potentes luces de un camión, que atraviesa la noche con su sonido ronco.

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jueves, 3 de julio de 2008

HOMENAJE AL VÉRTIGO LLAMADO BOLAÑO


UN PLATO FUERTE POR LA CHINA DESTRUIDA


Por Enrique Vila-Matas



Le decía en una carta Franz Kafka a Felice Bauer: “En este sentido escribir es un sueño más profundo. Como la muerte. Del mismo modo que no se saca ni se puede sacar a un muerto de su sepultura, nadie podrá arrancarme por la noche de mi mesa de trabajo”. Estas palabras de Kafka me trajeron ayer el recuerdo de Roberto Bolaño y de su actitud ante la vida y la escritura, el recuerdo de todos esos años en los que se dedicó, sin tregua alguna y con intensidad fuera de la normal, a entrelazar sueño profundo, muerte y caligrafía.



También Marguerite Duras, en las últimas páginas de Eso es todo, me trajo ayer la memoria de Bolaño: “Ya está. Estoy muerta. Se ha terminado”. Y poco después, tras una breve pausa: “Esta noche vamos a tomar algo muy fuerte. Un plato chino, por ejemplo. Un plato de la China destruida”. Ayer, al releer estas palabras de Duras, quise entender que para ella la China destruida era su infancia ya totalmente arrasada, devastada, tan devastada como la vida de Bolaño. Y poco después, el tema de fondo de la muerte, asociado a esa idea de tomar algo muy fuerte, me llevaron a pensar de nuevo en este escritor chileno desaparecido en Barcelona, este calígrafo del sueño que ha dejado a sus lectores literatura pura y dura, una obra de creación seria y sin medias tintas, un plato fuerte de la China destruida.



Todo lo que ayer leía o pensaba –la verdad es que, como se ve, hoy sigo igual, por eso escribo ahora sobre Bolaño– me llevaba a relacionarlo con el escritor desaparecido. Y así esa infancia devastada llamada China, por ejemplo, no tardé en enlazarla con la obra de Georges Perec, ese autor que tanto fascinaba a Bolaño. Perec, el de las asociaciones delirantes. Perec, escritor sin infancia. Perec tal vez malogrado, en todo caso prematuramente muerto, como Bolaño. Perec, para quien escribir era arrancar unas migajas precisas al vacío que se excava continuamente, dejar en alguna parte un surco, un rastro, una marca o algunos signos. Perec, que vino al mundo en 1938 y nunca estuvo en China y tenía un estilo más bien cómico, a pesar de que había nacido de una familia de judíos polacos que emigraron a Francia y perdió a su padre en la invasión alemana de 1940 y a su madre en 1943 en un campo de concentración. “No tengo recuerdos de infancia”, escribiría más tarde el hombre que nunca estuvo en China, pero tenía un pasado devastado. Me acuerdo de una fotografía en la que muy especialmente asoma ese drama. Está hecha en el 24 de la rue Vilin de París, donde el escritor nació, está hecha unos días antes de que la calle desapareciera y con ella los restos de la casa natal, en cuya fachada de ladrillos aún podía leerse esta inscripción: Peluquería de señoras. Su madre, treinta y cinco años antes, había sido la peluquera de aquella calle de las afueras de París, y Perec acompañó a una amiga a fotografiar los restos del negocio materno, poco antes de que las excavadoras hicieran su aparición y borraran del mapa la serpenteante rue Vilin y el barrio entero.



Perec, que vio cómo desaparecía su casa natal y el borroso letrero del negocio de su madre peluquera, y unos años después, a una edad temprana y en plena efervescencia creativa, desapareció también él, dejando escrita una obra que es una fuente inagotable de sucesos misteriosos y asombrosa erudición, una obra admirable, escrita en un apretado, intensísimo (como si anduviera falto de tiempo) periodo creativo que me recuerda la intensidad de escritura del Bolaño de los últimos años, de ese Bolaño, que, consciente de la sombra que la Muerte había proyectado sobre él, se dedicó febrilmente, con obstinación única, a la heroica tarea de escribir, de reflejar su existencia ciega, su itinerario pertinaz de escritor de raza, de escritor consciente de que la muerte no sólo quería arrasar sus recuerdos de infancia sino destruir la China y después destruirlo todo.



Supongo que no exagero si digo que, en sus últimos años, nadie era capaz de arrancar por la noche a Bolaño de su mesa de trabajo. Precisamente, la intensidad febril del itinerario literario de sus últimos años me trae el recuerdo de una mesa roída por la carcoma a la que Perec, con su misterioso talento para sacarle partido a todo, supo convertir en un objeto fascinante: “Fue entonces cuando se le ocurrió la idea de disolver la madera que quedaba, con lo que hizo visible aquella arborescencia fantástica, representación exacta de lo que había sido la vida del gusano en aquel fragmento de madera, superposición inmóvil, mineral, de cuantos movimientos habían constituido su existencia ciega, aquella obstinación única, aquel itinerario pertinaz: (...) imagen desnuda, visible, enormemente turbadora de aquel caminar sin fin, que había reducido la madera más dura a una red impalpable de precarias galerías”.


No me resulta difícil asociar ese intenso y pertinaz itinerario literario del Bolaño final con la intensidad de escritura del Perec de sus últimos años, ese Perec al que Bolaño admiraba y conocía muy bien. Una red impalpable de precarias galerías une el segundo bloque de Los detectives salvajes con las mil y una historias de La vida instrucciones de uso del ciudadano Perec. Esas galerías se hicieron ayer totalmente visibles en mi estudio cuando, por puro azar, mientras buscaba unos papeles, apareció entre ellos una carta de 1997 que Bolaño me había escrito en una pausa de su lectura de un libro que yo acababa de publicar: “Conozco también esa foto: una fachada de ladrillos y una puerta hecha con cuatro tablones de madera, encima de la cual, sobre los ladrillos, está pintada la leyenda Peluquería de señoras. Por ahora es el texto de tu libro que más me ha conmovido. Me ha hecho llorar y me ha hecho recordar al gran Perec, el novelista más grande de la segunda mitad de este siglo”.



No recordaba para nada esa carta y la verdad es que me conmovió ayer dar con ella, y me dejó pensando en ciertas instrucciones de uso de la vida que nos ha dejado Bolaño. Una de esas instrucciones me lleva a evocar a Montaigne que, cuando era joven, creía “que la meta de la filosofía era enseñar a morir” y que, con la edad, acabó rectificando y dijo “que la verdadera meta de la filosofía es enseñar a vivir”, que es a lo que me parece que se dedicaba Bolaño en los últimos años de su existencia. “Para Roberto”, ha escrito Rodrigo Fresán, “ser escritor no era una vocación, era un modo de ser y de vivir la vida”.



Vivía la vida de tal forma que nos enseñaba a escribir, como si estuviera diciéndonos que jamás hay que perder de vista que vivir y escribir no admite bromas, aunque uno sonría. Sonrío de una manera infinitamente seria cuando recuerdo que en los últimos tiempos muchos de los textos que me disponía a enviar por correo para que fueran publicados pasaban, tal vez en un exceso de celo por mi parte, por una revisión de última hora, provocada por mis repentinas sospechas de que tal vez Bolaño los viera y leyera. Gracias a esto, gracias a que tenía la impresión de que Roberto lo leía todo, pasé a vivir en un estado de constante exigencia literaria, pues él había colocado el listón muy alto y no deseaba decepcionarle, por ejemplo, con algún texto descuidado, con uno de esos escritos en los que, por mil motivos distintos, uno no arde lo suficiente o, lo que es lo mismo, no pone toda la carne en el asador. Eso acabó convirtiendo alguno de mis textos en historias interminables que no hacían más que crecer y crecer, sobre todo cuanto más me acordaba de la mirada omnipresente de Bolaño: historias que se volvían infinitas y se me convertían en detectives salvajes. Y así yo llegué a presenciar, por ejemplo, cómo un texto (que, por estar destinado a una revista de tercera división, consideraba secundario) comenzaba a crecer en distintas direcciones y se transformaba en una novela, la mejor de las mías. Y todo por la maldita altura a la que Bolaño había colocado el listón.



Si algo siempre aprecié muy especialmente de ese exigente listón y de esa altura, ha sido que traía implícito el listón una lista de impresentables, de escritores o pájaros (da lo mismo) a los que, dada la alarmante situación de la literatura, “habría que enviar siete años a Corea del Norte”, por ejemplo, y no concederles en todo ese tiempo ni siquiera un permiso de fin de semana en la China destruida. Aunque esos impresentables deben hoy sentirse igual de felices o más todavía, felices con sus oportunistas y mediocres cantos literarios de siempre, es más, aliviados algunos por la muerte de Bolaño. Juan Ramón Jiménez ya temía esa continuidad de la casta de los analfabetos y trepadores, de los impresentables, cuando decía: “Y yo me iré/ Y se quedarán los pájaros cantando”.



Con la muerte de Bolaño, aparte de mi pena de amigo y de la rabia por la conversación literaria interrumpida para siempre, yo me he quedado en situación de alerta ante uno de los problemas que este Bolaño en la ausencia (que no en la distancia) me plantea: cierto pánico a que en el momento menos pensado su no presencia pueda conducirme a cierta relajación en la escritura, aunque a este problema creo verle un remedio: tratar de arder (en mis escritos) como ardía él, pues no de otro modo las tinieblas podrán volverse algún día claridad. Así vivo ahora: buscando que esa ausencia no me devuelva a un estado de menor atención ante los peligros que acechan al escritor serio. Así vivo ahora. Consciente, por lo demás, de que debo seguir viviendo, de que debo vivir, por ejemplo, para seguir escribiendo con exigencia alta (que es la mejor forma de poder ir señalando siempre a los impresentables) o, simplemente, para poder decir que me conmovió ayer encontrar al azar la carta de Bolaño con la confesión de que, ante la China destruida de Perec, había llorado.



La vida no admite bromas, aunque uno sonría. Como dice Nazim Himket: “Has de vivir con toda seriedad, como una ardilla, por ejemplo; es decir, sin esperar nada fuera y más allá del vivir, es decir, toda tu tarea se resume en una palabra: vivir (...) Sucede, por ejemplo, que estamos muy enfermos; que hemos de soportar una difícil operación, que cabe la posibilidad de que no volvamos a levantarnos de la blanca mesa. Aunque sea imposible no sentir la tristeza de partir antes de tiempo, seguiremos riendo con el último chiste, mirando por la ventana para ver si el tiempo sigue lluvioso, esperando con impaciencia las últimas noticias de prensa”. Es decir, estemos donde estemos, hemos de vivir. Creo que Bolaño, calígrafo del sueño, entendía esto a la perfección, pues escribía sin esperar nada fuera, ni nada más allá del vivir, y en esa desesperanza residía a veces la gran fuerza de su escritura, la seriedad excepcional de muchos momentos de su escritura de plato fuerte de la China destruida: una escritura consciente de que ha de sentirse la tristeza de la vida, pero al mismo tiempo uno puede amarla, amar con intensidad esa tristeza (que algunos llaman escritura y otros lágrimas perdidas), amar al mundo en todo instante, amarle tan conscientemente que podamos decir: hemos vivido.



El País, edición para Cataluña, 24 de agosto de 2003.

lunes, 17 de septiembre de 2007

ideología en la pared

1. el grafitti es un objeto gráfico ideológico.
2. el grafitti es ir un paso hacia adelante del espectáculo.
3. es colocar el espectáculo en lo cotidiano, es colocarlo fuera del escenario.
4. el grafitti posee la potencia de una granada arrojada en plena calle.
5. una granada fragmentada cuya explosión es instantánea.

6. un flash en la urbe.
7. es colocar la lengua en la boca del spray.
8. es colocar la boca en los muros.
9. el animal en la herida.
10. es provocar la conciencia en el tránsito mismo.
11. es la rebelión fragmentada cuando tiene el poder de clavarse en los ojos.
12. es la "producción" que niega la producción en su representación.

13. es la representación que se hace real.
14. las imágenes sobre los muros son el desafío de la misma sociedad que ha producido la imagen como dominio o como apariencia de lo real para imponer la alienación.
15. es abrir con una navaja la calle para ser una zona recuperada al moloch.
16. es la imagen activa.
17. es el asesinato de la Re-presentación y el Mensaje.

imágenes: Bansky, quien ahora es acusado de usar el discurso anti capitalista para las corporaciones. el espectáculo devora el no-espectáculo.

jueves, 23 de agosto de 2007

Entrevista al novelista José de Piérola


Después de estar presente en la Feria Internacional de Libro en Lima donde presentó su última novela, El camino de retorno (Edit. Norma, 2007), José de Piérola inicia una serie de presentaciones con el afán de compartir su experiencia literaria con otros lugares del Perú.


Retornar es imposible, pero eso no impide reflexionar sobre el pasado para comprender un momento de ruptura en ese tiempo sobre el Perú, para entender el presente. La literatura no es un ejercicio de psicoanálisis pero sí podría darnos muchas claves sobre hechos violentos que vivió un país. José de Piérola (1961), escritor peruano radicado actualmente en EE. UU. y dedicado exclusivamente a la literatura, luego de abandonar por completo la profesión de ingeniero, hace casi diez años, trata de hallar una respuesta al desconcierto de la violencia en el Perú y la desintegración de la sociedad, cuyas raíces están desde que se fundó la republica.

Jorge Hurtado: ¿Crees que la Independencia del Perú ha sido perjudicial para el ande peruano?

José de Piérola: Antes de la independencia había comunidades andinas que estaban organizadas de una manera negociada; con la cultura occidental tenían ciertas formas de control por la autoridad local, pero también tenían posesiones e influencia en el poder político y económico. Pero con la independencia, los criollos empiezan a arrebatarle territorio y el poder político a los caciques; es por eso que desaparecen muchos sistemas de cacicazgos y comunidades, bajo el proyecto de crear una nación unida, donde todos serían iguales. Pero ese inicio creó otro tipo de desigualdad que continúa hasta ahora.

¿La violencia en el ande es una situación que arrastramos hace siglos?

La violencia ha sido constante en el ande desde hace más de quinientos años, e incluso más, pero sería bueno diferenciar la violencia de los incas, que era bastante brutal, con la violencia que vino después. Esta violencia creó sistemas de organización, en los cuales la riqueza la poseen muy pocos. Toda relación de desigualdad genera un estado de tensión constante. Aunque uno no crea en Marx, cada vez que hay una sociedad donde ocurra esta relación, se genera una gran tensión social que en determinado momento podría convertirse en violencia. Mientras más grande sea la diferencia, más cerca estamos de la violencia, de la resolución violenta de esa diferencia.


En el siglo veinte, ¿ la violencia a raíz de las diferencias ha sido muy marcada en el Perú?

Flores Galindo decía de una manera muy clara nos dice que ha habido brotes de violencia por esta tensión. De la misma manera, el historiador Juan José Vega hace una cronología de todos los movimientos de respuesta que tratan de solucionar esta diferencia social, económica y político.

¿La literatura ha logrado transformar esas tensiones en palabras?


La literatura siempre ha tratado de capturar una parte de la experiencia humana. La buena literatura creo que tiene eso en común, no importa donde se escriba ni cuando. Nos hace revivir y ser partícipes de un aspecto de la experiencia humana, y si la experiencia humana incluye violencia creo que también va a ser parte de la literatura. Pero hay por supuesto una diferencia muy grande que hay que tener en cuenta, que hay una forma de hacer literatura, que se convierte en propaganda, bien de los opresores o bien de los oprimidos.
Creo que esa literatura puede ser útil, pero el problema es que nos da una visión muy sesgada y, muchas veces, muy plana de un proceso más complejo. Y la literatura de ahora, el compromiso que uno tiene es tratar de mostrarnos esos problemas en toda su complejidad. Es un reto muy grande, pero creo que es una de las formas de convertir a la literatura en algo mucho más enriquecedor para los lectores.

En el siglo veinte, el ande ha sufrido la violencia por elementos externos ¿ Crees que los escritores ha mostrado la complejidad de ese fenómeno?


El primer intento fue Ventura Calderón y, además, López Albújar. Ellos trataron de mostrar eso. Si bien no era un tipo de violencia sistémica, pero sí era una violencia que aparecía esporádicamente debido a esta diferencia. Pero el primero que logra mostrarnos algo más complicado es Ciro Alegría - que ahora está siendo revalorado, y me parece formidable porque es una herencia literaria que estábamos perdiendo.
En los años sesenta aparecen esos grandes escritores como Ribeyro, Vargas Llosa y Alfredo Bryce, que de alguna manera nos han hecho olvidar que antes de ellos habían otros escritores que debemos de recuperar y mantener.
Y después tenemos el caso de Manuel Scorza, que también trabaja el tema de la violencia social. Me parece interesante porque complementa la visión de Ciro Alegría, y nos ofrece una forma diferente de ver esta violencia social. Una de las cosas extraordinarias que tiene Scorza es el sentido del humor y como este elemento, de alguna manera, quiebra esa tensión. Es una forma hermosa y sutil de hacerlo. Entonces, tenemos casi todo el siglo de tratar el tema de la violencia en los andes.
Pero, por supuesto, la violencia que sufrimos en los años ochenta no tiene paralelo en el resto del siglo, por su extensión o el número de muertos o la carga que ha traído en la mente colectiva. Creo que también la forma de hacer literatura sobre esa violencia va ha cambiar un poco, será en otro registro.

¿Crees que Sendero Luminoso sólo ha sido el pretexto para que la violencia contenida en el ande estalle?

Yo creo que una de las cosas que se está dejando atrás es la explicación tan simple y en blanco y negro que era tomar a Sendero como la aparición de un loco que lavó la cabeza a los jóvenes, y que pueden cometer actos de violencia desaforados con un programa fuera de la realidad. Pero esa explicación es demasiado simple. Ahora hay que pensar, como tú dices, en cómo y por qué esta violencia ocurre en los andes, qué condiciones hubo para que eso actos se vuelvan parte de la vida cotidiana. Además, por qué sendero luminoso aparece en los andes y no aparece en la costa o en Lima. Es un proceso mucho más complicado, no era solo una lucha entre buenos y malos, algunos estaban jugando en dos lugares: a veces les convenía Sendero un tiempo, y otros después llamaban al ejercito, etc. Por la forma peculiar de esta guerra que no tenía frentes ni posesiones territoriales, nosotros no veíamos desde Lima cuantos elementos componían ese mosaico que fue la violencia en los años ochenta.


Tu cuento ganador en el concurso Max Aub también tuvo como escenario la violencia política en el Perú.
Ese cuento fue inspirado, de alguna manera, por lo que sucedió en la universidad La Cantuta. La forma del cuento es muy difícil. Es complicado usar el cuento para tratar esa época de violencia. El cuento podía hablar sobre una experiencia específica de dos personas en un momento, pero después me di cuenta que se podía hablar más de esa época. El cuento me sirvió de alguna manera para entender uno de los temas que me interesaba y que trabajaría después.

Y cómo elegiste el tema sobre la violencia en el Perú, pues en los años noventa escribir sobre la violencia era ir en contra del canon literario.
Hay tres factores que podría mencionar. Yo viajé por los andes en la época de la violencia, como era ingeniero visité varios asentamientos mineros y en el camino veía pueblos abandonados, muertos en las carreteras. Eso seguramente me marcó más de lo que yo pensaba. Después, el hecho que salí del Perú en los años noventa. A partir de allí establecí esta distancia geográfica y emotiva que hace falta para escribir sobre el pasado. Y el tercero, cuando empecé a escribir una de las cosas que me interesaba era entender cómo es posible crear una voz narrativa convincente. Esto es uno de los retos que todos los escritores tenemos, crear un narrador que sea convincente. Ese cuento nació como una especie de reto, de crear una voz múltiple dentro de un género tan pequeño como es el cuento. A medida que lo escribía, aparecían los personajes para contribuir en la construcción. A partir de allí fue muy claro para mí. Hasta ahora me interesa incluir varias voces y varios puntos de vista en el cuento. Lo que Bajtin decía es, no tener una voz autoritaria y única, sino establecer un diálogo en el personaje. El reto cuando se escribe no es que existan varios personajes, siempre ha habido muchos personajes, sino que el reto es que cada vez en la narración se enfoque desde un punto de vista específico, desde un personaje específico, la visión del mundo cambie; esto es lo más difícil, sobre todo si en la novela habrá un personaje como Sendero Luminoso o del Ejército.

Entonces ¿el cuento fue el inicio para escribir la trilogía que te has propuesto, donde El camino de retorno es parte de ella?

El cuento me abrió la puerta para uno de los temas que me preocupa, uno de los hilos que ha habido en mi trabajo creativo. A partir de allí hice un borrador, un pariente muy lejano de esta novela, pero estuve muy insatisfecho porque no obtuve esas voces que quería y lo dejé. Luego trabaje otra novela, Un Beso de Invierno que obtuvo el premio de novela del BCR en el 2000. Considero la 1º parte de la trilogía. Luego quise cambiar de tema y escribí sobre la invención del ajedrez, en el siglo VII. Es muy interesante este libro, por que no sólo es una historia de amor en una época donde hay conflicto cultural, pero también hay un tema de desplazamiento, tensión cultural, tensión religiosa que aparece en mis otras novelas.

Esta novela, El Camino de retorno sería la segunda parte de la trilogía.

En esta novela he estado tanto tiempo imaginando varios de los hecho entre los cuales esta Tarata. He estado viviendo prácticamente en ese lugar.

Ese hecho fue el cambio de estrategia del campo a la ciudad

Claro el atentado de Tarata trae la guerra civil a Lima. Por primera vez algo que ya se habia visto en los andes llega a lima. Allí se dan cuenta que era una guerra civil, porque en ese momento solo se decía que había 15 mil muertos y, ahora, se ha demostrado que han sido más de 7000 muertos. Este evento me parece el principio de varios cambios, que era el giro de la guerra civil. Y es el año también en el cual se captura a Abimael Guzmán que también giró el curso de la guerra. Pero cpn esto no termina la violencia, a pesar que la violencia política es parte de nuestra historia.


Hay una tendencia en estos años escribir sobre la violencia en Perú, una especie de moda tal como hubo en Colombia con escritores que narran sobre la violencia en su país, ¿ cómo ves eso en el Perú?


La diferencia con Colombia es que la violencia no ha terminado aun. La FARC sigue siendo un cuerpo activo militar, y tienen control sobre parte del territorio. Colombia aun no ha llegado a un momento, lamentablemente, que pueda reflexionar sobre el pasado. Nosotros sí, justamente porque estamos estableciendo ciertas distancias con los años ochenta, que yo considero el fin de los ochenta el momento de mayor violencia. Y quizá sel 92, el año que todo gira. Creo que estamos empezando a reflexionar y adquirir la distancia para poder reflexionar. Y como cualquier acto traumático, hay la necesidad de dejar el mal atrás, pero después nos damos cuenta que no somos solo lo que elegimos recordar sino también todo lo que nos ha ocurrido. Entornes llega el momento para volver y verlos con otros ojos. La literatura me parece es uno de los medios formidables para hacer esto. Los escritores y lectores están más perceptivos sobre estos temas, antes era más difícil crear esa distancia para escribir.



publicado en La Primera-Trujillo. Agosto 2007