El infierno ansiado
“He caído muy bajo. Déjame caer más bajo aún, para que pueda conocer la verdad. Déjame sufrir verdaderamente. Devuélveme mi pureza, el conocimiento de los misterios, que he traicionado y perdido”.
Bajo el Volcán
Mientras en el Perú se celebraba un aniversario de la “independencia”, entre ríos de licor y muertos en las carreteras, en algún lado del planeta se conmemoraba el centenario de uno de los narradores que llevó su vida hasta el límite de la enfermedad, por la creación y la dipsomanía: Malcolm Lowry.
Su descenso hacia las profundidades del infierno, de ese infierno en lo que nos convertimos los seres humanos cuando la vida es algo insoportable, y vivimos en completa cercanía de nuestros abismos y fallas emotivas, en nuestras bancarrotas sentimentales, en comprender nuestros viajes internos como si fuese un descenso hacia los límites borrosos de la vida y la muerte, donde el amor sería la única redención, pero hundido en un mundo de incomunicación, hasta esto se hace imposible y la condena está dada. La guillotina de la muerte silba en el aire como un haz de fuego.
Bajo el volcán, la novela que lleva la rúbrica, el espíritu y la lucidez de Lowry, ocurre en el Día de los Muertos, a la sombra de un volcán en Cuernavaca, cuya presencia es una constante de la amenaza que se cierne sobre la humanidad, la amenaza de una catástrofe que nos arrasará sin piedad alguna. Donde el mínimo ruido es el rumor de la expiración. En ese mundo extraño, el ex cónsul británico Geoffrey Firmin lleva también su existencia tratando de recuperar su alma, entre las alucinaciones y el mezcal, como un místico del exceso en pleno trance, para acabar muerto por unos hombres después del último trago, de ese último trago que nunca llega cuando estás vivo.
En un periodo de casi diez años, la novela se forjó entre extravíos de los manuscritos en incendios y la reescritura, como si esa disciplina redimiese al escritor de una existencia más atroz. Cada relectura de Bajo el Volcán es el redescubrimiento de una nueva geografía donde todo se hace más diáfano, donde la frase: “¿Le gusta este jardín, que es suyo?¡Evite que sus hijos lo destruyan!” se hace latente como un cartel de neón en nuestra alma, sobre nuestra nostalgia por ese paraíso extraviado, por esa inocencia desde donde el hombre fue arrancado para ser arrojado a este mundo dominado por la rueda del sufrimiento, el samsara, a este juego de ilusión y alucinación constante, el infierno mismo, la caída del hombre.
Bajo el Volcán es un libro que nunca se agotará en su lectura, es un libro de infinitas entradas y una sola salida. Así como, la encontró el escritor que conoció los límites de la muerte y del exceso, un 27 de Junio del 1957.
Lowry, el poeta
Aunque ha sido conocido más por su narrativa, con los libros ‘Ultramarina’, ‘Piedra Infernal’, ‘Oscura como la tumba donde yace mi amigo’ y ‘Escúchanos, Señor, desde el cielo, tu morada’, también escribió poemas donde se muestra diáfano, transparente, sin ningún tipo de recelo para afirmar sus reflexiones respecto a sí mismo. En uno de sus poemas también refiere la sensación desagradable del éxito, de esa delgada capa donde se suspenden por breve tiempo una obra, donde el escritor ha jugado cada segundo de su tiempo:
“El éxito es como un terrible desastre/Peor que tu casa ardiendo, los ruidos del derribo/Cuando las vigas caen cada vez más deprisa/Mientras tú sigues allí, testigo desesperado de tu condenación”.
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