“Soy feo y me haré una amputación para ti”, con este verso se inicia el primer poemario de Vanessa Martínez, “La Hija del Carnicero” (Editorial Zignos, 2007). Cada palabra es un cuchillazo feroz sobre los ojos del lector.
La carne se enfrenta a su propia ruina y al dolor, a la plenitud y al placer. La violencia verbal del libro no es gratuita, es la forma de redimir a la mujer en su propio devenir, cuando ya ha agotado otras vías para sentirse plena. Una ruptura fundamental. La mutilación, el desgarro, el autoinfringirse dolor a través de pequeños cortes en la piel para borrar algunos rezagos de desengaño e insatisfacción, o para destruir las primeras inocencias.
Intuitiva. Feroz. Trata de reconciliarse consigo misma. Como si todo hubiese sido un viaje en su encierro. Su experiencia le dicta cada palabra en “su hembra travesía”. El rock, los encuentros, los desencuentros, su paso por lugares al margen, el exceso, los instantes de deslumbramiento. Y va más allá inclusive, hasta destruir los límites de su género y del sujeto. Ser hombre o mujer para llegar a ser un cuerpo que se reinventa con furia. “Ni siquiera amanece/ para ser tu hombre mujer”. Y, en ese descubrir que todo es invención y trasgresión, llega a elevar los “ejercicios” de la paranoia como un acto de liberación de su cuerpo infestado, como ella escribe, de emociones fallidas.
Decidida a no dejar nada, como si el último paso del arte de la carnicería sería usar su propio cuerpo, Vanessa Martínez se acerca a insinuar que los límites humanos no existen cuando uno busca la redención. “El amor huele a carne” o “Donde tantas veces te guisé besos y pedazos de senos”. Es como si estuviese ejerciendo un antiguo ritual para crear, mediante la negación de esa prohibición, más deseo. No es una apología al canibalismo, sino que trasmite la idea que el amor es un acto caníbal, donde canibalizados y caníbales no son conscientes de ese juego peligroso mientras se devoran. Vidente descreída, hasta eso la deja insatisfecha.
El cuerpo interior expulsa la poesía desde la desolación, el hastío y la claustrofobia para reencontrarse atroz y libre en la única perfección posible: ir más allá del dolor.
Vanessa Martínez, la hija del carnicero, ya ha aprendido todos los secretos del corte preciso y el arte de destazar piezas de carne para los sacrificios, y en estos días trata de olvidar esos hábitos y vagabundea por nuevos universos poéticos. Ahora sigue extraviada. Se presume que recorre los andes del sur en busca de nuevos vértigos.
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