Las palabras me acribillaron. El aire se detuvo. La primera lectura de un alucinado poeta me fulminó. Yo aun era un adolescente luchando contra el acné y escuchaba todos discos del hardcore más radical y atronador cuando descubrí la poesía de un “maldito”. Siempre detesté colocar adjetivos, pero esta es la única palabra posible para nombrarlo.
Rebelión y revelación. Dos palabras claves para comprender a Arthur Rimbaud. Descubrir todos los misterios de la vida a través del “desarreglo de todos los sentidos”. Sus amores fustigados por los machos. Su rebeldía contra el orden estético establecido por caducos literatos.
Sus huidas constantes. Su irreverencia. Su participación en revueltas. Sus delirios cotidianos. Todos sus poemas arrancados de las visiones de un “chamán” iluminado por el éxtasis cercano a la creación y a la destrucción, son de un ser humano que se ha entregado sin ningún horror a sentirlo todo, a riesgo de sucumbir ante la locura o la muerte para obtener el conocimiento de si mismo.
Intuyó con claridad lo que muchas décadas más tarde escribió Alejandra Pizarnik, otra “vidente” terrible, sobre la poesía que no es una carrera sino un destino. ¿Acaso alguien puede escapar de su destino? El poema, muchas veces, acabará aplastando al poeta.
Cuando abandonó la poesía escrita, ya había sentido lo terrible de aquél que lo ha visto todo y no le queda otra cosa que hundirse en las cosas más absurdas. El fuego que alcanza al que ha elegido la condena. Las revelaciones a través del verbo lo colocaron al borde del mismo infierno. El hastío lo empujó a emprender toda clase de vagabundeos, como si las palabras lo persiguieran para encontrar la mano que lo escriba.
Vagó por todos lados de Europa. Se internó en África para traficar armas. Escribió informes para revistas de geografía sin el brillo furibundo de sus poemas. Se arrojó a empresas comerciales por los desiertos. No estuvo quieto ningún momento hasta que murió dieciséis años después del instante en que decidió huir de su inevitable destino.
Después de varios años de releer a Rimbaud, lejos del adolescente que descubrió el fuego en cada palabra, me percato que aun siento el vértigo de esa primera lectura. La temporada en el infierno o los textos en prosa de Iluminaciones o sus poemas recopilados junto a El barco ebrio aun sobreviven; me invitan al sobresalto y al peligro de internarme en las emociones más profundas. Nervio puro.
Si dura a cualquier moda, apunta el filósofo Emil Cioran, es gracias a la gratuidad de su crueldad, a su cirugía demoníaca, a la generosidad de la hiel. Y recalca, lo que le permite a una obra durar, lo que le impide envejecer es su ferocidad.
Este poeta adolescente, casi animal casi sabio, casi demonio casi ángel, con el cabello desarreglado y sus ropas raídas como un punk antes del punk nació cuando dejó de escribir. A los 21 años.
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